miércoles, 8 de octubre de 2014

Mis Ojos

Oscuridad.

Abro un ojo, lentamente y con cautela. La luz se cuela entre mis pestañas y me encandila. Aún con duda abro el otro y encuentro un torrente de luz que me ahoga. Un desfile de colores. Formas y movimiento invaden mi cabeza, como un sueño extravagante y misterioso.

¿Es acaso un milagro? Una bendición bifocal compartida, fusionada, indivisible. Caos organizado, entropía revertida. Un universo que cobra sentido, a través tan sólo de esas diminutas ventanas. ¡El milagro de la vista!

¿O es que acaso no lo es?

Honestamente, la vista no es un don, ni un milagro o una bendición. Es como es y parte de la naturaleza, sin destellos ni colores que prescriban la belleza. Meras señales que se interpretan o descartan, quizá no más que una herramienta.

La vista no es un don, o es que al menos no lo es siempre.

No es una bendición usar mis ojos, sino usarlos al mirar los tuyos. Mis ojos benditos no por su magia, sino por la tuya, inagotable y pura. Ojos que sueñan despiertos, hundidos y cautivos. No es un milagro el poder ver, sino el poder verte a ti. Y el ser testigo de una sonrisa que ilumina el cosmos, como miles de soles, eónes pasando. Es ese mi milagro, mi bendición, mi realidad.

¿Entonces, es un milagro la vista? ¡Claro que si! Porque existes y porque existo, para verte aquí.