miércoles, 2 de noviembre de 2016

El roce de la nada

Jamás he tocado a otro ser humano.

Cuando era niño me diagnosticaron una rara enfermedad de la piel que me impediría el contacto físico con otro individuo. Es una enfermedad extraña e impronunciable, supuestamente letal como pocas. Jamás podría recibir un abrazo, besar los labios de alguien a quien amara o siquiera sentir el roce de la más sutil caricia. Cualquier persona se imagina en mi situación e inmediatamente siente lástima por mí. Sin embargo, no me molesta mi condición. Cuando se nace sin algo, aún si todos lo poseen, no hay manera de extrañarlo realmente.

Mi trabajo como ingeniero informático me ha llevado a visitar muchos países, ofreciendo mis talentos a diferentes empresas como consultor particular. En esta ocasión, mi trabajo me lleva a una región olvidada de Europa Occidental, a un pueblo llamado Kež. El idioma es extraño, superado únicamente por las personas que lo hablan. Tienen la mirada perdida y actúan como si no fueran más que cáscaras, llenas de aire y polvo. Difícilmente me hubiera imaginado que este extraño lugar sería el último que vería en vida.

Paso mis días, solitario, entre mi residencia y mi oficina. No soy muy propenso a hacer amistades. Años de soledad me han hecho su cómplice y la he aceptado como parte de mi. Además, nadie querría compartir mi compañía después de enterarse de mi condición y de los periódicos ataques epilépticos que me atormentan. Todo comienza con un sueño vívido, tanto o más que la lúgubre realidad que me envuelve. Siempre es igual, el mismo restaurante, la misma gente, la misma hora y la misma mujer.

La imagino sentada a pocos centímetros de mí, viéndome fijamente, sonriendo. Mis manos están desnudas, libres de la usual protección que las esconde. Aún lleno de miedo y con los nervios en punta, siento la irrefrenable necesidad de acariciar su rostro. No estoy seguro quién es esta misteriosa mujer, pero en mis sueños la amo profundamente. No ignoro mi condición, pero una voz en mi interior me dice que todo estará bien. Estiro lentamente mi brazo y, con el más delicado gesto, poso mi mano sobre su mejilla. Ella me devuelve una sonrisa radiante y repleta de cariño. Sin embargo, percibo una sensación extraña en la punta de mis dedos. Su rostro comienza a agrietarse y a despedazarse lentamente, deshaciéndose entre mis dedos y dejando no más que una pila de polvo en el suelo. ¡Grito desesperado por ayuda! Pero nadie me escucha, ni me ve, ni me siente. No soy sino una sombra y la mujer que había amado, tan fugazmente, ha desaparecido frente a mis ojos.

Después de esa cruel pesadilla, no puedo evitar caer al piso convulsionando. Sin embargo, es más espectáculo que peligro, pues a los poco minutos me recupero y continúo con mi vida. ¿Quién será esa misteriosa mujer? ¿Por qué se desintegra al tocarla? ¿Por qué nadie me ve? Son interrogantes que aparecen en el fondo de mis pensamientos, pero intento evitarlas y concentrarme en mi trabajo.

Camino a mi residencia, decido tomar el camino largo y visitar el río. Había sido un día particularmente estresante en el trabajo, cazando un desperfecto en uno de los programas centrales de la empresa. A la orilla del río hay muchas tiendas y restaurantes, construidas para atender a un público turista que nunca llegó. Sentado en una de las mesas exteriores se encuentra un extraño personaje, con una larga gabardina, sombrero y lentes de sol. Me le quedo viendo, algo indiscretamente. Después de unos minutos, se quita los lentes y el sombrero. Ahora puedo verlo claramente, ¡es la mujer de mis pesadillas! Ella voltea hacia donde me encuentro, me mira fijamente y con una dulce pero tenebrosa voz dice «Si, lo soy».

Inmediatamente comienzo a convulsionar en plena calle. Puedo escuchar a las personas acercarse y rodearme, pero no puedo hacer nada. Uno de los presentes grita: «¡A un lado, soy doctor!» El personaje entonces procede a observarme de arriba a abajo, concluyendo que lo mejor era quitarme la ropa para poder medir mejor mis signos vitales y liberar presión sobre mi cuerpo. ¡Qué impotencia!

Hace tanto tiempo que no siento el aire frío sobre mi pecho desnudo. Siento una mezcla de placer y repugnancia mientras continúan desprendiéndome de mi vestimenta. Ya casi desnudo, el doctor pide que me den un poco de espacio y acerca lentamente su oído a mi pecho. Lo siguiente que recuerdo son gritos de terror y pequeños destellos de luz. Al despertar, sigo desnudo y sobre mi pecho se posa una pila de polvo.

Aún mareado, camino rumbo a la seguridad de mi residencia. Unos adolescentes me encuentran en el camino, burlándose cruelmente de mi desnudez, pero los ignoro y continúo mi camino. Finalmente, uno de ellos se acerca y me empuja violentamente. Para sorpresa de todos, sus manos comienzan a agrietarse y deshacerse lentamente, seguido de sus brazos, su torso y, finalmente, su rostro, hasta que no queda más que otra pila de polvo. Los demás, furiosos y confundidos, deciden venir a atacarme, sufriendo el mismo cruel e inevitable destino.

Llego tambaleante a casa y siento que me desvanezco. Mi piel se ve ennegrecida y traslúcida. Sin embargo, después de calmarme y reflexionar sobre el asunto, me doy cuenta de que nunca me había sentido más vivo. Me he convertido en un demonio, cruel e implacable, asesinando a inocentes únicamente por la perversa satisfacción. Con cada vida tomada me hago aún más oscuro y más traslúcido, hasta que, finalmente, me convierto en no más que una sombra.

La vida como sombra es rutinaria, aunque ya no estoy sólo. Las demás sombras y yo nos encargamos de descomponer los cuerpos de los muertos y así alimentar nuestra sed de destrucción. Pero, escuchen con atención: ¡El mundo de los vivos será nuestro una vez más! No sé quién habrá sido esa extraña mujer, pero estoy seguro que deberemos seguirla. Será el inicio de una nueva era de miedo, de muerte y del roce de la nada.