martes, 2 de febrero de 2010

La Red

A ciegas se mueve, nadando en el viento,
acaricia su rostro, sus alas y antenas.
Sin rumbo o destino, el instinto la lleva,
e incauta se invita a si misma a la cena.

Espera en lo oscuro, escondida en sus telas,
muy quieta, paciente, la cena no tarda.
Se le agua la boca y erizan las piernas,
la incauta se acerca y ahí ella la aguarda.

Y cae en su trampa, atrapada en el aire,
mil riendas la amarran y al viento detienen.
¡Intenta gritar! Mas la fuerza le falta,
mordaza invisible que al miedo conviene.

La Tierra palpita, prisión de mil hebras,
mas calma un susurro implacable mantiene.
No intenta escapar, incapaz y curiosa,
agotada, el final de sus días presiente.

Sin fuerza ni aliento, se siente abrigada,
cubierta en cobijas, no siente su herida.
Se siente con sueño, ya el día se acaba,
sin más se ha quedado por siempre dormida.

Mas cruel no es su historia, ni cruel la asesina,
tal cual el deseo, tal cual es la vida.
Mordaza invisible es el miedo que calla,
implacable susurro es el sueño que inspira.

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