lunes, 6 de julio de 2009

Despertar

Apenas se asoma radiante el primer destello de sol por la mañana. La cálida luz comienza a acariciar las paredes de una blanca y espaciosa habitación. Un haz de luz entre cortinas halla su camino, y en su recorrido ilumina tenuemente su rostro. Es el momento perfecto, descansando en compañía del más puro de los ángeles, regalando a mis ojos el mas grandioso de los paisajes.

Su largo y sedoso cabello negro recorre cautelosamente la almohada en busca de su destino, tal y como el río incansable busca el mar. Mas no logro contenerme y hago de mis dedos su delta. Que extasiante es la sensación de sentir su esencia resbalando entre mis dedos, jugeteando y coqueteando con mis manos. Su rostro tiene la delicadeza de mil pétalos y la suavidad de la seda. No puedo evitar más que quedarme extasiado, hipnotizado ante la belleza que su sonrisa despide.

Sus párpados cerrados me intrigan. He visto ya muchas veces los hermosos ojos que celosamente esconden, pero mentiría si afirmara que cada día no descubro algo nuevo y maravilloso, que cada día no me hundo perdidamente en su mirada. Mas no les guardo rencor a estos hermosos párpados, pues la espera de sus ojos me compensa con el regalo de su expresión apacible, de su perfecta sonrisa.

Y con el primer destello surgen muchos otros, que lo acompañan y se suman a la misión de iluminar a la diosa que tengo a mi lado. Pronto, un curioso destello se escapa a su rostro y resbala sobre sus ojos. Sin alterar su apacible expresión, ella los abre poco a poco y me mira. Casi inconsciente por la belleza irresistible de su mirada, me pregunto: ¿Como pude pasar un instante sin estos hermosos ojos? Ojos portales de su alma, de mi alma, de nuestra alma.

Le sonrío tímidamente, sin saber como expresar el volcán de emociones que en mí ahora está explotando. Ella me devuelve la sonrisa y ya mi mundo es perfecto. Para mi ya no existe el odio, los celos ni el rencor. Tan solo ella y el amor incansable e interminable que por siempre le ofreceré. Y como suelo hacer perdido en sus ojos, divago. Divago sobre un futuro, divago sobre un pasado. Solo puedo pensar en ella y ella continúa observándome sonriente. Hasta que surge en el vacío el suave tono de su dulce voz, al decirme: ¡Buenos días! Y así lo son, por que estás conmigo.

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