lunes, 10 de agosto de 2009

El ave de papel

Sobre una hermosa mesa antigua de madera, yace una pequeña hoja de papel. Un pequeño trozo de pergamino cuidadosamente recortado buscando la simetría perfecta del cuadrado ideal. Los colores que viste son sorprendentes, y el aroma que despide intoxicante. Casi como si esa pequeña hoja pueda albergar alguna clase de vida.

Entonces, suena el crujir de una puerta de madera, seguido de un débil chirrido. Entra a la habitación un hombre muy anciano que, lenta pero decididamente, se acerca a la mesa. Al llegar ahí, dobla sus piernas y se arrodilla justo en frente de la pequeña hoja de papel. Se queda en silencio, observándola con cuidado y paciencia. Así mismo, la hoja inmutablemente pareciera también observarlo a él.

El anciano hombre levanta sus manos y toma la hoja. Poco a poco comienza a realizar cuidadosos y precisos pliegues bien pensados sobre la misma. Con cada pliegue se define mas su forma y se le otorga un poco más de vida. Finalmente el hombre coloca nuevamente la hoja sobre la mesa, se levanta sonriente y se marcha satisfecho de la habitación.

Pero la pequeña hoja ya no es tan solo eso, meramente un cuadrado de papel. El anciano hombre le había dado la forma de una pequeña ave. Inmóvil se sostiene en pié ésta diminuta ave de papel, curiosa y expectante de su nueva forma. Se encuentra colocada de frente a la ventana de la habitación, desde donde puede observar el mundo exterior. Parece ser un día hermoso y soleado. Las nubes desfilan lentamente, nadando incansables sobre un gran océano azul claro. El viento acaricia los cerezos, impulsando a las pequeñas hojas a saltar y bailar flotando en el aire. Y así se concretó ferviente su deseo, la diminuta ave quería volar.

Y es así, como a pesar de ser de papel, creación de un anciano hombre en busca de la satisfacción que deja el trabajar una obra de arte, esta ave se ilusiona con surcar los cielos. Pero no puede cumplir con su sueño, pues su forma no define su esencia. Sigue observando la ventana y ve pasar muchas aves reales, volando libremente. Se imagina sintiendo la suave caricia del viento empujando sus alas, dejándose llevar a donde el cielo la invitara.

Pero lo que la desesperanzada y soñadora ave de papel no esperaba, fue una fuerte ráfaga de viento que abrió las ventanas de la habitación de par en par. La brisa invasora la sacude un poco, haciendo cosquillas a sus pliegues. Comienza a levantarse de la mesa y finalmente despega hacia un nuevo mundo.

El aire fresco la acaricia, y el cielo abre sus puertas como un inagotable campo de aventuras y emociones. Por fin la diminuta ave se sentía más ave, que papel. Pero a pesar de la radiante alegría que le brindaba haber cumplido su sueño imposible, la pequeña ave no puede evitar temer por el final. ¿Si sus alas no son reales, cuanto más podrá volar?

Y siquiera había terminado de pensar, cuando comienza lentamente su descenso. Pasa rozando la casa y luego los árboles de cerezo. A lo lejos puede ver al anciano hombre jugando con dos niños en el banquillo de una colina. Y justo abajo un pequeño río de aguas cristalinas. Pobre destino el de la pequeña ave, diminuta obra de arte en vida. Su trozito de cielo había llegado bajo la promesa de desvanecerla en la corriente de un hermoso riachuelo.

A pocos centímetros ya de hundirse en el río y desaparecer con el agua, la diminuta ave de papel suelta una lágrima. Ésta lágrima recorre rápidamente los pliegues que la definen y cae elegantemente sobre el río. Instantes después, la pequeña ave cae también. Más no se desvanece, ni desaparece en las fauces del inocente riachuelo. Puede sentir el agua rozando su pecho, pero no la daña, ni la rompe. Confundida, abre los ojos y observa anonadada que ya no es un ave de papel. Sus emociones habían logrado cultivar la magia de la vida.

Despega con sus nuevas alas reales del río y se embarca hacia los cielos. Lejos, hacia el horizonte vuela la diminuta ave real. Ave nacida de un pergamino y de las manos de un anciano artista, pero de un alma eternamente soñadora y libre.

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